Mucho andar, también regatear, respirar toxinas procedentes de las motos que circulan sin control y caer rendidas
ante la cambiante fisionomía de la plaza Jemma el Fna, donde a cada momento del día encuentras vendedores de
distinta procedencia que cambian el color y el calor de esta. A ratos solariega, otros burbujeante, pero siempre con
encanto.

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